«Traduzco porque me gusta escribir. Traduzco porque no siempre me basta con escribir. Traduzco porque en ocasiones no se me ocurre qué escribir, y no sé hacer otra cosa que escribir. Traduzco para aprender a escribir. Traduzco para aprender a traducir. Traduzco porque creo que cuando traduzco escribo mejor. Traduzco porque me gusta traducir, porque es una de las cosas más divertidas que se pueden hacer estando a solas. Traduzco porque así no me siento tan solo. Traduzco por egoísmo, porque me ofrece la oportunidad de robarle con impunidad versos a los muertos. Traduzco porque es la única manera que conozco, además de leer, en que uno puede hablar con los muertos. Traduzco por generosidad. Traduzco por la misma razón que edito libros, porque me gusta compartir lo que me gusta. Traduzco porque me gusta leer, y traducir es la mejor manera de leer. Traduzco porque me pagan. Traduzco porque traduciría aunque no me pagaran, lo que, dado el sueldo de un traductor literario en España, es prácticamente el caso. Traduzco porque me gusta ser invisible, aunque me enfade si alguien no pone mi nombre en la cubierta. Traduzco porque me gusta ser otros. Traduzco porque me gusta poner algo, aunque sea de soslayo, de mí en los otros. Traduzco porque me gusta traicionar, y ser fiel, porque me gusta distanciarme y apegarme a la vez. Traduzco porque soy contradictorio. Traduzco porque hace años me aburría de hacer una tesis y entre página y página empecé a traducir poemas de Wallace Stevens en la biblioteca de la facultad. Traduzco porque nunca acabé esa tesis. Traduzco porque es a lo único que puedo dedicar mi concentración doce horas seguidas, incluso cuando estoy triste, cosa que no puedo decir de la escritura. Traduzco porque así aprendo cosas. Traduzco porque me gusta descubrir cosas. Traduzco para aprender idiomas. Traduzco, sobre todo, para aprender español. Traduzco porque la tradición española se me hace pequeña o porque, a veces, simplemente, no me apetece ser español. Traduzco por rebeldía. Traduzco porque traducir no vale para casi nada, pero en ese casi están todas las cosas que me importan en esta vida. Traduzco por lo mismo que escribo, para que me quieran. Traduzco por amor, por amor a un autor, a un poema, a un lector. Traduzco porque se parece al amor, croce e delizia. Traduzco por Robert Lowell, por Anne Carson, por Pier Paolo Pasolini, pero también por Lorca, por Vallejo, por Góngora. Traduzco por una novia que tuve. Traduzco porque sigo enamorado de esa novia. Traduzco por culpa de algunos traductores malos, y gracias a algunos traductores muy buenos. Traduzco porque los buenos libros no se acaban nunca. Traduzco porque me aburro. Traduzco por cabezonería. Traduzco porque cuando traduzco las palabras, cada palabra, se revelan como un mundo entero, complejo, vasto y perfecto al que irse de vacaciones sin billete de vuelta. Traduzco porque es hermoso dedicar todo un día a una sola palabra. Traduzco porque me gusta pensar seis cosas imposibles antes del desayuno. Traduzco porque hay poemas que parecen imposibles de traducir. Traduzco porque me parece que existe una responsabilidad moral en traducir bien, en un mundo donde las responsabilidades morales no están ni se las espera. Traduzco porque creo que hacen falta buenas traducciones. Traduzco para que dejen de preguntarme por qué escribo y me pregunten, alguna vez, por qué traduzco.»Andrés Catalán (Salamanca, 1983) es poeta y traductor. Ha traducido, entre otros, libros de Robert Lowell, Anne Carson, Seamus Heaney o Robert Frost. Su último libro (Variaciones romanas) aparecerá en septiembre en la editorial Pre-textos y acaba de incorporarse como editor junto a Unai Velasco a la editorial Ultramarinos.Publicado en Zenda, 8/08/2020
sábado, 8 de agosto de 2020
Por qué traduce Andrés Catalán
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