Sylvia Plath (Boston, 1932 - Londres, 1963)
ARIEL (edición bilingüe)
[Ariel, 1965]
Ilustraciones de Sara Morante
Trad. Jordi Doce
Nórdica, 2020 - 208 págs. - inicio - Bibl. Caudete
— Elegía a la poeta muerta, Aglaia Berlutti
— La extrañeza que soy, Ángel Rupérez
— Una gran heroína clásica, Santos Domínguez
— Sylvia Plath en sus propias palabras, Jordi Doce
[desolador]
Señora Lázaro
Lo he vuelto a hacer. Cada diez años lo consigo: especie de milagro andante, mi piel relumbra como la pantalla de una lámpara nazi, mi pie derecho es un pisapapeles, mi rostro, buena tela de lino judía, sin adornos. Arráncame el pañuelo, oh mi enemigo. ¿Inspiro terror?... ¿La nariz, la cuenca de los ojos, la dentadura completa? Este aliento agrio se esfumará en un día. Pronto, pronto la carne que el sombrío sepulcro se comió estará en mí como en su casa y seré una mujer sonriente. Solo tengo treinta años. Y, como el gato, siete ocasiones para morir. Esta es la Número Tres. Qué desperdicio aniquilar cada década. Qué millón de filamentos. La multitud con sus bolsas de cacahuetes se arremolina para ver cómo me desanudan pies y manos: el gran estriptís. Damas y caballeros: estas son mis manos, mis rodillas. Puedo ser toda piel y huesos, pero sigo siendo la misma, idéntica mujer. La primera vez que ocurrió tenía diez años. Fue un accidente. La segunda vez estaba decidida a llegar hasta el fin y no volver jamás. Me arrullé hasta cerrarme por dentro como una concha de mar. Tuvieron que llamarme y llamarme y quitarme los gusanos uno a uno como perlas pegajosas. Morir es un arte, como todo. Y yo lo hago excepcionalmente bien. Tan bien, que parece un infierno. Tan bien, que parece real. Supongo que cabría hablar de vocación. Es bastante fácil hacerlo en una celda. Es bastante fácil hacerlo y estarse quieto. Es el regreso teatral a plena luz del día al mismo sitio, el mismo rostro, el mismo grito zafio y divertido: “¡Un milagro!” lo que me deja fuera de combate. Hay que pagar por ver mis cicatrices, hay que pagar para escucharme el corazón: de veras que funciona. Y hay que pagar, hay que pagar muchísimo, por un roce, una palabra o una pizca de sangre o un mechón de mi pelo, un jirón de mis ropas. Y bien, herr Doktor, y bien, herr Enemigo. Soy su obra, su objeto más valioso, el bebé de oro puro que se funde en un grito. Doy vueltas y me abraso. No crea que subestimo su gran preocupación. Ceniza, ceniza..., que usted remueve y tantea. Carne, hueso, ahí no queda nada... Una pastilla de jabón, un anillo de bodas, un empaste de oro. Herr Dios, herr Lucifer, cuidado, cuidado. De la ceniza con el cabello rojo me levanto y devoro a los hombres como aire. 23-29 octubre de 1962 |
Lady Lazarus
I have done it again. One year in every ten I manage it— A sort of walking miracle, my skin Bright as a Nazi lampshade, My right foot A paperweight, My face a featureless, fine Jew linen. Peel off the napkin O my enemy. Do I terrify?— The nose, the eye pits, the full set of teeth? The sour breath Will vanish in a day. Soon, soon the flesh The grave cave ate will be At home on me And I a smiling woman. I am only thirty. And like the cat I have nine times to die. This is Number Three. What a trash To annihilate each decade. What a million filaments. The peanut-crunching crowd Shoves in to see Them unwrap me hand and foot— The big strip tease. Gentlemen, ladies These are my hands My knees. I may be skin and bone, Nevertheless, I am the same, identical woman. The first time it happened I was ten. It was an accident. The second time I meant To last it out and not come back at all. I rocked shut As a seashell. They had to call and call And pick the worms off me like sticky pearls. Dying Is an art, like everything else. I do it exceptionally well. I do it so it feels like hell. I do it so it feels real. I guess you could say I’ve a call. It’s easy enough to do it in a cell. It’s easy enough to do it and stay put. It’s the theatrical Comeback in broad day To the same place, the same face, the same brute Amused shout: ‘A miracle!’ That knocks me out. There is a charge For the eyeing of my scars, there is a charge For the hearing of my heart— It really goes. And there is a charge, a very large charge For a word or a touch Or a bit of blood Or a piece of my hair or my clothes. So, so, Herr Doktor. So, Herr Enemy. I am your opus, I am your valuable, The pure gold baby That melts to a shriek. I turn and burn. Do not think I underestimate your great concern. Ash, ash— You poke and stir. Flesh, bone, there is nothing there— A cake of soap, A wedding ring, A gold filling. Herr God, Herr Lucifer Beware Beware. Out of the ash I rise with my red hair And I eat men like air. |
1 comentario:
«Casi veinte años más tarde, en mi libro sobre el caminar cité a Sylvia Plath, quien a los diecinueve manifestó: "Haber nacido mujer es mi tragedia. [...] Sí, mi deseo ferviente de alternar con obreros, marineros y soldados, con los parroquianos de los bares (de ser un personaje anónimo de la obra para escuchar y observar) resulta imposible porque soy una chica, una mujer, siempre expuesta al peligro de una agresión. El irreprimible interés que me inspiran los hombres y su vida a menudo se confunde con el deseo de seducirlos, o se interpreta como una invitación a la intimidad. Pero, por Dios, yo solo quiero hablar con todas las personas que sea posible y profundizar todo lo que sea capaz. Me gustaría poder dormir a cielo abierto, viajar al oeste, pasear libremente por las noches". Al leer el pasaje mucho después de incluirlo en el libro me pregunté quién habría sido Sylvia Plath si hubiera tenido las llaves de la ciudad, como se decía antes, y de las colinas y de la noche, y hasta qué punto su suicidio en la cocina cuando tenía treinta años tal vez se debiera en parte al confinamiento de la mujer a los espacios y delimitaciones domésticos.» (págs. 119-120)
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