Elie Wiesel (Rumanía, 1928 - Nueva York, 2016)
TRILOGÍA DE LA NOCHE:
LA NOCHE, EL ALBA, EL DÍA
[La nuit, l'aube, le jour, 1958]
Trad. Fina Warschaver (1975)
El Aleph, 2008 - 342 págs. - CAE
— Muere Elie Wiesel, rostro de la memoria del Holocausto
— Breve guía de la noche, J. Rodríguez Marcos
— Si esto es un libro (2007)
[para esto, mejor Primo Levi]
«Los objetos que nos eran caros y que habíamos arrastrado hasta allí quedaron en el vagón y con ellos, al fin, nuestras ilusiones.
Cada dos metros, un SS, con la metralleta apuntando hacia nosotros. Tomados de las manos, seguimos a la masa.
Un suboficial SS vino a nuestro encuentro, cachiporra en mano, y ordenó:
—Los hombres a la izquierda. Las mujeres a la derecha.
Cuatro palabras dichas tranquilamente, indiferentemente, sin emoción. Cuatro palabras simples, breves. Sin embargo, era el momento en que me separaría de mi madre. No había tenido tiempo de pensar, cuando ya sentí la presión de la mano de mi padre: quedamos solos. En una fracción de segundo, pude ver a mi madre, a mis hermanas, ir hacia la derecha. Tzipora estrechaba la mano de mamá. Las vi alejarse; mi madre acariciaba los cabellos rubios de mi hermana como para protegerla, y yo continuaba andando con mi padre, con los hombres. Y no sabía que en ese lugar, en ese instante, me separaba de mi madre y de Tzipora para siempre. Continuaba caminando. Mi padre me tenía de la mano.
Detrás de mí, un anciano se desplomó. Junto a él un SS reenfundaba su revólver.
Mi mano se crispó sobre el brazo de mi padre. Un solo pensamiento: no perderlo. No quedarme solo.
Los oficiales SS nos ordenaron:
—En filas de cinco.
Un tumulto. Había que permanecer juntos a toda costa.
—¡Eh, chico! ¿Qué edad tienes?
Me lo preguntaba un detenido. No podía ver su cara, pero su voz era cálida y cansada.
—Todavía no cumplí quince.
—No. Dieciocho.
—Pero no —respondí—. Quince.
—Grandísimo idiota. Escucha lo que yo te digo.
Después preguntó a mi padre, quien respondió:
—Cincuenta años.
Más furioso aún, el otro siguió:
—No, cincuenta no. Cuarenta. ¿Oyen? Dieciocho y cuarenta.
Desapareció entre las sombras de la noche. Se acercó otro, con la boca llena de insultos:
—Hijos de perra, ¿por qué han venido? Eh, ¿por qué?
Alguien se atrevió a responderle:
—¿Qué se cree? ¿Qué es por nuestro gusto? ¿Qué nosotros pedimos que nos trajeran?
Poco faltó para que el otro lo matara.
—¡Cállate, cerdo, o te aplasto aquí mismo! Tendrían que haberse colgado allí donde estaban en lugar de venir aquí. ¿No sabían lo que se prepara aquí, en Auschwitz? ¿No lo sabían? ¿En 1944?
Sí, nosotros lo ignorábamos. Nadie nos lo había dicho. Él no podía dar crédito a sus oídos.» (págs. 39-40)
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