domingo, 30 de octubre de 2022

Flores de verano, de Tamiki Hara


Tamiki Hara (Hiroshima, 1905 - )
FLORES DE VERANO
[Natsu no Hana, 1947]
Trad. Yoko Ogihara y de Fernando Cordobés
Impedimenta, 2011 - 136 págs. - inicio - Bibl. Urgell

Crónica, Babelia
Sobrevivir a la bomba atómica, Kepa Arbizu
Literatura de la bomba, Carmen G. de la Cueva
[contar el horror]

«Fue al tercer día cuando cayó la bomba.
    Le debo mi vida a un retrete. La mañana del 6 de agosto me levanté de la cama a eso de las ocho. Las alarmas antiaéreas se habían activado en dos ocasiones la noche anterior, pero en aquel momento no sonaba ninguna. Antes del amanecer me desvestí, me puse la yukata y me volví a dormir. Cuando me levanté, solo llevaba puestos los calzoncillos. Al verme, mi hermana comenzó a refunfuñar, pues a su entender me quedaba en la cama hasta demasiado tarde. Sin decir palabra ni tener en cuenta sus reproches, me dirigí al baño.
    No sabría decir cuántos segundos pasaron hasta que ocurrió todo; súbitamente, una especie de ola sónica retumbó en mi cabeza y luego todo se oscureció. Grité instintivamente y me levanté cubriéndome la cara con las manos. Los objetos se estrellaban unos contra otros, como azotados por una tempestad. Todo estaba oscuro como la boca de un lobo. No tenía la menor idea de lo que estaba sucediendo. Tanteando a ciegas, deslicé la puerta que daba al engawa. Angustiado, en medio del estruendo alcancé a escuchar con claridad mis propios aullidos de agonía, pero era incapaz de ver nada. Sin embargo, en cuanto logré salir, pude ver cómo se iban perfilando rápidamente, bajo aquella luz desmayada, los contornos de una escena de destrucción. Mis sentimientos se empezaron a definir. Lo que vi parecía salido de la peor de las pesadillas. Desde el primer momento, nada más recibir el impacto de la explosión en la cabeza y de que todo se sumiera en las tinieblas, fui consciente de que no había muerto. Después, pensando en la catástrofe que esto suponía, me enfurecí. Grité; mi voz resonó en mis oídos como si perteneciera a otra persona. Cuando la situación a mi alrededor comenzó a aclararse, me sentí como si me encontrara en medio del escenario en plena representación de una tragedia, o actuando en alguna película como las que solía contemplar en el cine. Más allá de la espesa nube de polvo pude vislumbrar pequeños claros azules, que poco después empezaron a multiplicarse. La luz comenzó a filtrarse por las rendijas de los muros derruidos. La claridad emanaba de lugares inverosímiles. Di unos pasos vacilantes sobre la tarima del suelo de donde había salido volando el tatami, y entonces mi hermana se abalanzó sobre mí desde el lado opuesto de la habitación.
    —¿Estás herido? Dime, ¿estás herido? ¿Te encuentras bien? —gritó.
    Y después:
    —Te está sangrando el ojo. Corre a lavártelo ahora mismo dijo, y me advirtió de que el grifo de la cocina aún tenía agua corriente. » (págs. 72-73)

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