lunes, 25 de junio de 2007

De lo contrario, Auster sería él

La semana pasada Paul Auster y Enrique Vila-Matas se encontraron en el Instituto Cervantes de Nueva York donde conversaron y leyeron fragmentos de sus obras. Buscando la noticia en la red he encontrado este artículo que Vila-Matas escribió hace un par de años.

AusterVilaMatasICervantesNYDe lo contrario, Auster sería yo - Enrique Vila-Matas

"Si me encuentro con una entrevista con Paul Auster, la leo inmediatamente. Es un autor que siempre me aporta ideas. Pero eso sí, nunca puedo terminar esas entrevistas que le hacen, porque me entran tales ganas de ponerme a escribir que debo dejar la lectura. En la que acabo de dejar de leer para ponerme a escribir estas líneas, le preguntan por los muchos autores que han influido en su trabajo y le citan a Cervantes, Dickens, Kafka, Beckett y Montaigne. Son precisamente los autores que forman el eje central de la novela que ando yo en estos días terminando. "Los llevo a todos conmigo", dice Auster, "llevo a docenas de escritores conmigo, pero no creo que mi trabajo se parezca a ninguna de sus obras. No estoy escribiendo sus libros, sino los míos".

Yo estoy seguro de que podría decir exactamente lo mismo. "Los llevo a todos conmigo" es una frase que viene a corroborar esa sensación que tiene Auster —que tengo yo también, con perdón— de que cuanta más experiencia de la soledad tiene uno, más paradójicamente vive la sensación de que esa experiencia no es precisamente de ostracismo o de aislamiento, sino de apertura hacia los demás. "Es sorprendente que no podamos comenzar a comprender nuestra relación con los demás hasta que estamos solos. Y cuanto más solo está uno, cuanto más se hunde en la soledad, más profundamente siente esa relación", dice Auster.

Los otros (incluidos los otros escritores, y de entre éstos sólo los que nos gustan, los que llevamos con nosotros) actúan de un modo extraño que hace que nos resulte imposible aislarnos de ellos. Por lejos que uno se encuentre en un sentido físico (aunque esté en una isla desierta o encerrado en una celda solitaria), descubre que está habitado por otros. Qué lejos esta sensación o esta idea de aquello que le sucedía al siniestro Unamuno, pensador de primer orden pero egotista ridículo, que llegó a sospechar que los otros no existían, que eran sólo una invención suya para evitar la angustia que le provocaría descubrir que estaba solo en el mundo. A veces, estoy hablando con los amigos y me acuerdo de la idea siniestra de Unamuno y juego a verlos como una invención mía. No logro nunca que digan lo que yo quisiera que dijeran, pero sí es cierto que a veces, vistos desde esta forma unamuniana, me parecen formar parte de algún extraño juego teatral y conspirativo, como de trama de película de Mamet.

No hay mayor sentido del desprecio hacia el otro que pensar que lo hemos imaginado. Unamuno miraba hacia lo más profundo de su ser y se encontraba sólo a sí mismo y solo, además, en el mundo. Auster, por lo contrario, hace lo mismo, mira hacia lo más profundo de su ser, y lo que ahí encuentra es algo más que a sí mismo, encuentra el mundo. ¿Leer a Auster es encontrar mi mundo? Todo lo contrario, es encontrar al otro. Y aprender a llevarlo conmigo cuando me encuentro sentado ante mi ordenador, como ahora mismo en esta mañana invernal.

Pero en el fondo es todo un gesto de disidencia hacia Auster el que me haya sentado ante el ordenador y no ante la máquina de escribir. Porque lo que realmente esta mañana me ha empujado a hablar de Auster han sido unas palabras suyas acerca de su necesidad de no abandonar su máquina de escribir: "La tengo desde 1974, ahora ya más de la mitad de mi vida. Nunca se ha estropeado. Todo lo que tengo que hacer es cambiar las cintas de vez en cuando, pero vivo con el temor de que llegue un día en el que no haya más cintas a la venta, y entonces tendré que usar el ordenador y entrar en el siglo xxi."

Esta confesión de amor hacia su máquina me ha llenado de vergüenza, porque me ha recordado la frivolidad (no tuve paciencia para buscar más) con la que me pasé al ordenador hace tres años, cuando di dos vueltas enteras a Barcelona en busca de cintas para mi máquina de escribir y, al no encontrarlas, me di por rendido. No hallé las cintas ni siquiera en una pequeña tienda cercana a la plaza de Urquinaona que resistía al empuje de los avances técnicos de nuestra época y seguía vendiendo cintas y máquinas de escribir: una tienda que yo visitaba con la impresión de que todo aquello era un milagro y sus dueños (lo había deducido por su manera fanática de hablarme de las máquinas Olympia) unos fervorosos defensores del antiguo tecleo eléctrico.

Ignacio Martínez de Pisón, a quien le conté la historia de los dueños de ese comercio (un extraño matrimonio que luchaba contra la modernidad), llegó a escribir un cuento en el que se inventaba que, delante de los vendedores fanáticos de las máquinas Olympia, alguien montaba una tienda de ordenadores, que constituía la ruina de la pequeña tienda resistente. Parecía que iba a ser un cuento profético, pero el matrimonio fanático, temeroso de que ocurriera realmente lo que relataba Martínez de Pisón (debieron leer su cuento), se pasó de la noche a la mañana a los ordenadores y me obligó a hacerlo a mí también, pues nunca he dudado de que esa tienda de máquinas de escribir fue la última de la ciudad.

Más suerte tuvo Paul Auster, que puede seguir fiel a su Olympia, pero eso se debe seguramente a que vive en Nueva York. Que seamos él y yo distintos en esto (y en tantas otras cosas que ahora se me ocurren) me produce un gran alivio, porque me permite seguir estando solo, aunque llevando a todos mis escritores preferidos conmigo y escribiendo no sus libros, sino los míos. De lo contrario, Auster sería yo. Y eso yo no lo podría permitir. Y menos aún los otros."

10 comentarios:

Camille dijo...

Coincidieron en la camisa, te has fijado?.
Me gustó mucho esto de la charla que tuvieron:

"A veces me he encontrado con alguien en la calle que me ha dicho cuánto le ha gustado un pasaje de mi libro --explica Vila-Matas--. He vuelto a casa, he cogido el libro por esa página y he empezado a leerla intentando pensar como si fuera esa otra persona. Lo conseguía al principio, pero a mitad de página me daba cuenta de que lo estaba leyendo otra vez como yo mismo".
Auster coincide. "Cada vez que intentas alejarte de ti mismo acabas encontrándote contigo al final".

A mi Auster me parece uno de los escritores más carismáticos y más adictivos que he tenido el placer de descubrir y además la gran suerte de que puedo esperar a que publique más libros porque sigue vivo..;)

P.D. No podíamos coincidir en todo. Además, así discutimos por algo. La sombra del viento es un libro "bonito", que no bueno. Y Carlos Ruíz Zafón un mal escritor que oyó la música del azar y la aprovechó. De hecho, no ha vuelto a escribir..
A mi me encantó La sombra del viento!

elena dijo...

Por cierto, en una entrada antigua en la que hablaba de Paul Auster he recibido el siguiente comentario:

Gotardo J. González ha dejado un nuevo comentario en su entrada "Paul Auster. Un lugar único en el mundo":
"Disculpe la intromisión. Hemos empezado en www.lenguasdefuego.net una lectura de El palacio de la luna de Paul Auster. Quizá este interesado en participar. Gracias por todo. Un saludo."


Yo no sé cómo se hace una lectura por internet y, además, durante las 3 primeras sesiones estaré de viaje, pero a partir del 6 de julio me conectaré a ver qué pasa. Estáis todos invitados.

Anónimo dijo...

Camille, parece ser que Paul Auster ha dicho que ya no puede escribir más, que se ha quedado sin ideas.
Además, dicen los entendidos que su último libro publicado en españa: "Viajes por el scriptorium" es muy malo, que no está a la altura del Auster de siempre, que ya se nota lo que él mismo dice de haberse quedado sin ideas, etc. A mí no me ha disgustado, aunque no sé si lo leí como si fuera yo o como si fuera él o como si fuera Balzac.

elena dijo...

Por cierto, cuando EVM dice que leía esos párrafos “intentando pensar como si fuese esa otra persona” me he acordado de algo que, salvando todas las distancias, yo hacía en mi etapa profesional: cada vez que escribía cualquier texto dirigido a alguien en concreto, una vez acabado, revisado y leído como yo (misma), siempre hacía una última lectura poniéndome en lugar del destinatario, es decir, lo leía cómo si yo fuera esa otra persona. (Y creo que es una técnica muy buena para descubrir toda clase de omisiones, fallos, sobreentendidos, etc. Además era diver ;)

Camille dijo...

Berenjena,
Confieso que no he leído Viajes por el Scriptorium. Tampoco lo he comprado (porque no he oído a nadie decir que le haya gustado), pero sé que lo leeré. Bueno, Paul ha estado muy liado con la película, pero yo confío en él, ya le vendrá la inspiración. Tiene un cuaderno llenito de notas ;)

Yo, lo de revisar lo escrito poniéndome en el lugar de la otra persona lo suelo hacer con los mails (antiguamente con las cartas). Suele haber tantos malentendidos con el tono de lectura de lo que está escrito por otro que siempre intento verlo "desde fuera" pero aún así, el que lee va a leer como lector, no como escritor.

Habéis leído a Siri Hudsvedt? Para mi ha sido una grata sorpresa. El primer libro lo leí por ser la mujer de.., pero el segundo por ser ella.

elena dijo...

No he leído a Siri Hudsvedt. La verdad es que muchas veces el hecho de ser pariente de alguien famoso hace que pienses que no puede ser bueno también, que con uno en la familia es suficiente y los otros viven del cuento. Pero tendré en cuenta tu recomendación.

elena dijo...

En este caso, y para más inri, hasta la hija es guapa y canta bien. ¡Es que lo tienen todo!

Camille dijo...

Sophie es preciosa. Escuchamos su disco por curiosidad y sí, me gustó una barbaridad.

Su hijo sale en Smoke, es el chico que entra y roba un comic del estanco..me encanta esa película!.

Anónimo dijo...

Hay que ser cretino, esnob y bastante tonto para declarar que a uno le "encantó" la sombra del viento y decir que zafón es un mal escritor al que le sonó la música del azar. A algunos si que les suena la cabeza. A hueco.

elena dijo...

La verdad es que para mí La sombra del viento es un libro de pelotón de fusilamiento (rima!), igual que el reciente y vomitivo Niño del pijama a rayas. Pero ya se sabe que hay gustos para todo y, lo importante, es poderlos manifestar. Tanto los gustos como los disgustos, querido anónimo.

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