«Él se acercó a la ventana y se quedó de pie mirando el jardín. Solo era una parcela de césped, rodeada de lechos de flores y encerrada en muros de cemento gris que Rose había disfrazado con hiedra y otra trepadora con hojas rojizas y puntiagudas. Solo era una parcela y ella había pasado gran parte de su vida intentando embellecerla, y su hijo había pasado su infancia en ella y él mismo se había pasado todas sus vacaciones de verano sentado allí en una hamaca. Nunca se iban a ninguna parte en vacaciones, porque irse costaba dinero y en cualquier caso, tampoco querían dejar la casa sola.» (p. 112) | «No enfermaba a menudo. Tenía una constitución fuerte. Venía de un lugar de campo. Le gustaba trabajar en su jardín, mantener la hierba brillante y fuerte y cultivar altramuces, aquilegias, alhelíes, fresias, campanillas de invierno, lirios de los valles, nomeolvides, margaritas, capuchinas, caléndulas y rosas. También tenía otras flores. En una esquina se había vuelto ambiciosa y había hecho un jardín con rocas y plantas alpestres. Enfrente de la casa, en el pequeño solar de tierra, apenas mayor que un mantel, tenía peonías, amapolas y azafranes de primavera y un rombo de frágil césped. En la ventana del salón tenía un grupo de helechos y, en primavera, jacintos y tulipanes en macetas rojas.» (p. 161) Las fuentes del afecto Cuentos dublineses (The Springs of Affection: Stories of Dublin) MAEVE BRENNAN (1917–1993) Trad. Isabel Núñez Ediciones Alfabia, 2012 [work & rain in progress] |
miércoles, 14 de noviembre de 2012
Maeve Brennan: Las fuentes del afecto (y sigue lloviendo)
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1 comentario:
"Hubert nunca había podido entenderla: su secretismo, su furtividad, su costumbre de parar lo que estaba haciendo y correr a hacer otra cosa en el momento en que él entraba en la habitación, como si sus actos le estuvieran prohibidos. Rose lo temía, y nunca había hecho ningún intento de controlar su temor, por mucho que él lo intentara. Hubert solo le había dicho que debía intentar tomarse las cosas con más calma, tomarse la vida con más calma, que solo de ese modo se tranquilizaría. Pero ella lo temía y esa era la principal dificultad y eso era lo que lo derrotaba a él en cada ocasión, y fue precisamente aquello lo que llevó a Hubert gradualmente, o al final -tampoco estaba seguro de cómo había ocurrido- a abandonar cualquier tentativa de llevarse bien con Rose."
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