«Dentro de cinco o seis años habré tal vez reunido lo suficiente para construirme una casa en el campo. ¿Pero dónde la situaré? Tiene que ser en una costa abierta, sin islas ni rías. Quiero un horizonte libre, y quiero oír el mar. Y quiero que mire al oeste. El sol tiene que ponerse en el mar.
Pero hay otra cosa que es tan importante como el mar: quiero verdor y grandes árboles susurrantes. Nada de pinos ni de abetos. Bueno, contra los pinos no tengo nada, siempre que sean altos, derechos y fuertes y que hayan logrado hacerse lo que estaban destinados a ser; pero el perfil de sierra de un bosque de abetos sobre el cielo me llena de una tristeza que no sé explicar. Además, tanto llueve en el campo como en la ciudad, y un bosque de abetos en tiempo lluvioso me pone malo y me deprime. No, tiene que ser un prado de Arcadia, que descienda suavemente hasta la playa, con grupos de grandes árboles de hoja espesa formando bóveda encima de mi cabeza.
Pero por desgracia, el paisaje costero no es así: es primitivo y mezquino. Con el viento del mar los árboles se ponen nudosos, achicados y raquíticos. La costa donde quiero hacerme una casa y vivir, nunca la veré.
Bueno, y hacerse una casa: menudo cuento de nunca acabar. Primero hacen falta un par de años para edificarla, y lo más probable es que en este tiempo uno se muera; luego se necesitan dos o tres años hasta que la casa queda bien puesta en orden, y más tarde, cincuenta años o algo por el estilo hasta que se hace realmente habitable...» (pp. 75-76)
Pero hay otra cosa que es tan importante como el mar: quiero verdor y grandes árboles susurrantes. Nada de pinos ni de abetos. Bueno, contra los pinos no tengo nada, siempre que sean altos, derechos y fuertes y que hayan logrado hacerse lo que estaban destinados a ser; pero el perfil de sierra de un bosque de abetos sobre el cielo me llena de una tristeza que no sé explicar. Además, tanto llueve en el campo como en la ciudad, y un bosque de abetos en tiempo lluvioso me pone malo y me deprime. No, tiene que ser un prado de Arcadia, que descienda suavemente hasta la playa, con grupos de grandes árboles de hoja espesa formando bóveda encima de mi cabeza.
Pero por desgracia, el paisaje costero no es así: es primitivo y mezquino. Con el viento del mar los árboles se ponen nudosos, achicados y raquíticos. La costa donde quiero hacerme una casa y vivir, nunca la veré.
Bueno, y hacerse una casa: menudo cuento de nunca acabar. Primero hacen falta un par de años para edificarla, y lo más probable es que en este tiempo uno se muera; luego se necesitan dos o tres años hasta que la casa queda bien puesta en orden, y más tarde, cincuenta años o algo por el estilo hasta que se hace realmente habitable...» (pp. 75-76)
Doctor Glas (Doktor Glas, 1905) Hjalmar Söderberg (1869-1941) Prólogo y trad. Gabriel Ferrater (1963) Ediciones Alfabia, 2011 [auténtica casita en Canadá] |
2 comentarios:
"En realidad, unos conocidos me habían invitado a su villa en el archipiélago, pero no tenía deseos de ir. No me divierte ni el frecuentar conocidos, ni las villas en el archipiélago. El archipiélago menos menos que nada. Un paisaje de picadillo, hecho de trocitos menudos. Islitas, canalitos, montañitas y arbolitos raquíticos. Paisaje pálido y depauperado, de colores fríos, sobre todo grises y azules, pero no lo bastante pobre para mostrar la grandeza de la devastación. Cuando oigo a alguien que alaba la hermosura natural del archipiélago, siempre sospecho que piensa en otra cosa."
"No escribo aquí todo lo que pienso.
Rara vez apunto un pensamiento la primera vez que se me ocurre. Espero a ver si vuelve."
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