«Como dijo no sé quién (puede que fuera Mafalda, la gran apócrifa), lo urgente nunca deja tiempo para lo importante. Siempre se expresa este tópico como queja o disculpa, pero yo lo siento como una ley física, un axioma que permite que el mundo siga funcionando. Si lo urgente nos dejara atender alguna vez lo importante, moriríamos saturados de intensidad. Por eso, los poetas y los filósofos implosionan. Por eso al hidalgo se le secaron los sesos. Porque lo urgente es todo aquello que nos permite desantendernos y seguir vivos. Somos nuestras tareas. Somos los platos sucios, los artículos por escribir, las casas por barrer, los polvos por echar y los recados por cumplir. Somos los plazos de nuestra hipoteca, la declaración de la renta y la llamada al fontanero para que repare la caldera. Somos lo urgente. Sin ello, quedamos reducidos a pura carcasa conceptual, a un cuerpo que pide ser guillotinado por un Robespierre enloquecido.
Escribió Umbral que apreciaba la ética del trabajo porque su estética es mejor que la del ocio. La estampa de un hombre trabajando es mucho más inspiradora y honda que la de uno en huelga. El ocioso es repelente, pero no sólo en la estética que proyecta. De nuevo la forma es el fondo.» (...)
«Yo no podría quedarme en lo importante. ¿Qué mente resistiría un abrazo eterno con la mujer que quiere. ¿Qué cuerpo soportaría la tensión extrema constante, el dolor inalterable y plano, homogéneo e infinito, de un amor inabarcable e indomable? Es posible que alguien haya sido capaz alguna vez. Titanes ha habido con psiques indestructibles. Pero desearlo es propio de imbéciles. Esos poetas locos que persiguen la intensidad del dolor, inventándose su propia desdicha. Esos imberbes e insoportables que ansían librarse de lo urgente para atender a la importancia de su ombligo. Todos esos aburridos desconocen el poder de lo que invocan y, si se les presentara finalmente la transcendencia que tanto anhelan, no la aguantarían ni un segundo. Huirían dejando una estela de humo como en los dibujos animados. No saben que lo urgente nos libera. La vida nos previene de la propia vida. Por suerte, siempre hay demasiadas tareas por hacer. No es mejor la estética del trabajo. Simplemente, es la única soportable.
Lo urgente es también este libro. Con su escritura esquivo lo importante. Encaro la pena con palabras, y mientras resuelvo problemas de estilo, depuro el lenguaje y estructura sus páginas, evito ser tragado por lo importante. Cuidar de los detalles literarios es mi forma de asirme al mástil y mantenerme al mando de la nave. De otro modo, me perderían las sirenas o me cegaría la contemplación del brillante y amorfo espanto que me rodea y me atraviesa.» (Pp. 125-127)
Sergio del Molino
LA HORA VIOLETA
Mondadori, 2013
- Mortal y rosa, Francisco Umbral.
- La montaña mágica, Thomas Mann.
- Tiempo de vida, Marcos Giralt Torrente [h]
- El olvido que seremos. Héctor Abad Faciolince [h]
- En el culo del mundo, Antonio Lobo Antunes.
- Manuscrito encontrado en una botella, Edgard Allan Poe.
- sobre la teoría de la banalidad del mal... Hannah Arendt.
- El emperador de todos los males. Una biografía del cáncer, Siddartha Mukherjee [+]
- La reconquista del sentimiento, Sergio del Molino (Babelia, 19/05/2013).
[alguna bibliografía]
2 comentarios:
O cómo el dolor puede muy bien expresarse literariamente y ser una catarsis (para el autor) y un placer (triste, pero placer) para el lector.
Otro fascinante río.
Del artículo de Jaume Subirana en El Periódico el 12/6/2013:
"Que la gente se muere es una obviedad. Que a veces muera alguien próximo puede ser una realidad pospuesta, pero también acaba siendo evidente. Lo que supera la simple evidencia es la capacidad para hablar de la muerte con palabras que no suenen huecas, edulcoradas o mentirosas. Eso es lo que hace Josep M. Fonalleras en su última novela, Climent (Ara LLibres), con un escritor en potencia que reemprende el trabajo encallado de otro escritor abducido por la idea de la agonía. Suena grave y lo es, pero sabe dejarnos la intensidad de las cosas ciertas.
Exactamente eso vino a decir el otro día a un puñado de lectores atentos Sergio del Molino, autor del impresionante La hora violeta (Mondadori) sobre la enfermedad de su hijo de pocos meses. «Lo he escrito contra el melodrama y contra la asepsia», decía. Y reivindicaba su derecho a estar triste. Qué descanso, pensé, alguien que no te vende otra cosa «divertida» y «excitante». Y qué tristeza tan verdadera, tan emocionante, tan bien escrita..."
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