«[1] Poco antes de llegar a Amherst por la ruta 91, semioculto entre los maizales, se divisa un pequeño campo de aterrizaje para avionetas, del que parten senderos de tierra que rastrillan el paisaje de la Nueva Inglaterra natal de Emily Dickinson, una de las voces poéticas fundamentales del canon literario norteamericano. Del otro lado de los hangares emerge una de las numerosas carreteras secundarias que se pierden por los campos aledaños, tejiendo una red que atraviesa granjas, prados y arboledas, sorteando graneros, casas rurales, silos, establos, vaquerías, almacenes y secaderos de tabaco [...]
[2] Los límites del universo en que vivió Emily Dickinson son muy reducidos: a cien metros de The Homestead, al final de un sendero de tierra, se alza Evergreen, la casa señorial que hizo construir el padre de la poeta y que su hermano mayor, Austin, pasó a ocupar cuando contrajo matrimonio. Los huertos y jardines que se extienden por la propiedad apenas han cambiado desde la época en que vivía allí la familia Dickinson. Es mediodía al llegar a la Casa Museo, hoy convertida en un centro de peregrinación al que acuden sin apenas hacerse notar, como si no quisieran perturbar la paz del lugar, discretos visitantes procedentes de los rincones más remotos del planeta, en su mayoría mujeres que, tocadas por la fuerza enigmática de su palabra, aspiran a asomarse siquiera unos momentos al espacio íntimo donde Emily Dickinson vivió y escribió en la más absoluta reclusión por espacio de casi treinta años [...]»
POSTDATA de 2014: | ||
(imprescindible) Eduardo Lago hablando de literatura desde la cueva del erizo. |
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