lunes, 22 de octubre de 2018

Walt Whitman ya no vive aquí, de Eduardo Lago

Eduardo Lago (Madrid, 1954)
WALT WHITMAN YA NO VIVE AQUÍ
Ensayos sobre literatura norteamericana

Sexto Piso, 2018 - 324 págs. - fragmento
- La buena literatura es eterna (Miguel Munárriz)
- La teoría de la doble hélice (Laura Fernández)
[exquisitas lecciones de literatura]
«Lo cierto es que David Foster Wallace transciende los límites de lo titerario. Lo suyo es una fuerza inexplicable que va más allá de la tragedia, de la fuerza oscura que lo arrastró al suicidio. Por razones que no alcanzo a explicar, pero me gustaría intentar hacerlo, encuentro una conexión muy profunda entre su obra y la de David Linch. Hay algo en el talento creador de estos dos hombres que guarda relación con lo mítico. En una de sus crónicas, Wallace observa de lejos cómo actúa Linch. Asistió al rodaje de Lost Highway, pero en ningún momento llegó a hablar con el cineasta. David Foster Wallace publicó La broma infinita cuando tenía treinta y tres años... "La edad a la que mueren los genios", dice una frase de la novela. La broma infinita, escribí en la necrológica de su autor, es un escrutinio devastador de la soledad del individuo en nuestro tiempo. Cuando lo entrevisté me llamó la atención la insistencia con que lamentó que a casi todo el mundo se les hubieran escapado los aspectos más sombríos de la novela, que consideraba una obra cargada de matices trágicos [...] De Wallace me impresiona su lucidez, su radical honestidad como creador, algo gracias a lo cual su obra llegó a los umbrales mismos de una nueva forma de entender la literatura. Diagnosticó con asombrosa clarividencia el poder desgarrador de la industria del entretenimiento. Era un ser atormentado y, como creador, vivió abrazado a una arista, consciente de la obligación de renovar inherente a toda forma de arte, pero por encima de todo creía en el poder del sentimiento, sin el que lo demás carece de sentido. "Lo esencial —me dijo, y jamás podré olvidarlo— es la emoción. La escritura tiene que estar viva, y aunque no sé cómo explicarlo, se trata de algo muy sencillo: desde los griegos, la buena literatura te hace sentir un nudo en la boca del estómago. Lo demás no sirve para nada."» (págs. 230-231)

Eduardo Lago

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