Mary Karr (Texas, 1955)
ILUMINADA
[Lit, 2009]
{lit de iluminada y lit de literatura}
Trad. Regina López Muñoz
Periférica & Errata Naturae, 2019 - 584 págs. - inicio
[curioso]
«Cada mes rascamos de donde podemos para salir a cenar a un sitio barato de pescado: mejillones con ajo y vino blanco. Un día, en la mesa de al lado sirven un cuenco igual de humeante a un poeta polaco laureado con el Nobel a cuyas conferencias hemos asistido religiosamente, con los ojos desorbitados. Nos maravilla su frente alta, como la del busto de Beethoven que se ve en todos lados.
No seas tan descarada, me reprende Warren.
Pero no puedo evitar que se me vayan los ojos hacia las cejas grises y diabólicas del galardonado, que se proyectan por encima de sus ojos claros igual que los cuernos de un carnero. Se me acelera el corazón. [...] A mí, la visión de este hombre me provoca sensaciones casi sexuales, como un adolescente cachondo ante el póster central de una revista porno. O, más bien, como una monaguilla a la que se le aparece un santo.
Por favor, no, dice por fin Warren con una voz casi inaudible.
¿Qué?, protesto.
No vayas a presentarte, dice. Reconoce que estás planteándotelo.
Es cierto que Bob, antiguo profesor de posgrado, es quien lo traduce en Berkeley, de modo que existe un pequeño nexo.
Warren y yo volvemos a los mejillones hasta que digo: ¿Y por qué no? Es algo que podré contarle a nuestros nietos. Que toqué la mano que escribió esas palabras.
Pues yo no quiero estar presente, dice Warren. [...] Desde su punto de vista, padezco un apetito voraz para la actividad social. [...] Tú estás en Harvard a diario, digo. Grabas las conferencias de Seamus Heaney (el poeta de Harvard ungido por el Nobel). Hasta te dio clases. Presentas lecturas poéticas dos veces al mes. [...] Dice: Seamus está siempre rodeado de aduladores. Yo no quiero ser uno más. [...] Lanzo una mirada al genio polaco, y añado: Sólo quiero estrecharle la mano. [...] No hablar con Seamus es no tratarlo como una persona normal, ¿sabes?
Segundos más tarde le estrecho la mano al premiado poeta y me avergüenza reconocer que estoy tan desesperada por acceder al mundo en el que él es el rey y señor que sufro un calambre al hacerlo.
Vamos camino de casa cuando Warren suelta: Te habrías sentado en sus rodillas si hubieras podido.
Que tiene ochenta años, protesto. Sólo quería tocarlo y comprobar que era real.
Cambridge tiene la capacidad de hacer que la historia cobre vida ante tus ojos mediante un desfile de escritores de renombre. En el MIT vemos al ciego Borges justo antes de que muera [...] Gracias al trabajo de Warren visito las colecciones especiales y juntos nos inclinamos sobre el relicario de plata que un papa llevó una vez y que contiene un rizo de John Keats. Junto a mi cara, echando vaho sobre el cristal, la boca de Warren susurra un soneto. Juntos leemos las cartas de Keats a su amada, en las que le cuenta que las puntadas de un gorro que ella le hizo lo atraviesan igual que una lanza. Yo uno las manos al leer esas palabras. El no aficionado a la poesía medio calificará de desequilibrada tanta intensidad por tan poca cosa, pero para nosotros es como hundir los dedos en un cofre secreto lleno de perlas. Solo en ese reino somos tan ricos como cualquier miembro de la realeza.» (págs. 161-164)
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