Lina Meruane (Chile, 1970)
VOLVERSE PALESTINA
Literatura Random House, 2015 - 120 págS.
— Combatir la guerra con la literatura, Luisgé Martín
[impresionante]
muros de gaza
«Gaza es una gran cárcel al aire libre, rodeada de muros de concreto alternados con torretas y alambres enrollados y vigilada por aire, mar y tierra. El territorio más densamente poblado del mundo, y muy pobre», contestó Ankar en un mensaje de febrero cuando le pregunté por la posibilidad de entrar en esa ciudad. «Es prácticamente imposible, a menos que vengas con un permiso especial de una misión internacional con lealtad probada a Israel, o a menos que tengas muchos contactos en el Ejército, afuera, y un pariente enfermo en riesgo de muerte, adentro. Las flotillas con activistas de todo el mundo son una de las dos únicas formas de entrar y de llevar comida, medicinas o materiales de construcción (aunque se corre el riesgo de un ataque del Ejército israeli, que es casi como un ataque de Dios mismo). La otra forma es ir a El Cairo, viajar hasta el borde, por el desierto, y pasar corriendo por un puesto de control como si fueras una mujer de Gaza sin documentos. Pero ahí el riesgo se duplica porque hay dos ejércitos no coordinados cuidando la frontera: el egipcio y el israelí. Algunas ONGs grandes con sede en Tel Aviv y nexos con Estados Unidos y no muy de izquierda meten a algunos de sus miembros, pero muy de vez en cuando. Lo de entrar tan pronto y sin disculpa tramitada y sellada lo veo imposible.» No dejé que el mensaje de Ankar me desanimara. Contacté a una representante de Unicef. Que lo olvidara, me dijo en un correo, y me invitó a Ramallah en vez. Una activista italiana me confirmó que se había vuelto «extremadamente difícil y últimamente muy pocos lo logran. Entrar a Gaza por el paso de Rafah es más fácil, pero aun así mucha gente espera por días y tampoco lo consigue». Toqué alguna otra puerta pero Gaza parecía cerrada con candado. La llave se la había tragado Israel y estaba bombardeando a los palestinos atrapados en su interior. Bombardeándolos otra vez: en una intensificación de su política de lento estrangulamiento ahora les lanzaba toneladas de muerte. Era como si se empeñara en limpiar el terreno antes de abrir la cárcel. Como si fuera necesario cerrar la entrada para que nadie viera el horror de la vida y de la muerte entre sus muros. Iba a ser tarde después, pensé, cuando ya no quedara nada, cuando ya no hubiera nadie para contar cómo había sido resistir ahí dentro. (págs. 92-93)
usos del holocausto
Todos estos vecinos traen consigo los hilos de la tragedia, portan los nudos del holocausto: su shoah no ha concluido. No ha terminado todavía para nadie. Sigue replicándose, conmoviéndonos, indignándonos: hemos visto las imágenes y nunca podremos olvidarlas. Yo misma lo afirmé en una discusión sobre los usos de la memoria y el imperativo del testimonio. La mujer sentada junto a mí dijo, bajando la voz como si estuviera por pronunciar una indecencia, que, en efecto, era una tragedia que el holocausto hubiera sucedido y continuara sucediendo en la doliente imaginación de los judíos. Pero se ha abusado de la shoah, dijo después en un inglés lleno de ecos indios, la lengua percutiendo sobre el paladar: el holocausto les ha servido para justificar demasiados abusos, dijo, la lengua golpeándose con más dureza dentro de su boca. Levanté la vista. Contuve la respiración porque en ese momento la experta en teoría poscolonial invocó las palabras del Mahatma Gandhi: «Ellos no deberían haber pensado jamás en un probable retorno a Palestina por causa de su cruel persecución. El mundo debiera haber sido su hogar». Ahí termina la cita de Gandhi, puntualizó antes de agregar, parafraseando al líder pacifista, que Palestina le pertenecía a los palestinos de la misma manera que Inglaterra a los ingleses y Francia a los franceses. La mujer me recomendó revisar lo que Gandhi escribió sobre el asunto antes de morir asesinado, el mismo año de la fundación de Israel. Carraspeaba un poco, ella, le costaba alcanzar su conclusión, veía que yo quería interrumpirla para impedir que dijera algo que en muchos círculos resulta inaceptable, pero que ella, refugiada en esa sala de clases y convencida de lo que estaba por decirme, iba a atreverse a pronunciar. Quiero decir, dijo, que el insistente recordatorio de la shoah como un sufrimiento único e incomparable les permitió convencer al mundo de la necesidad de un hogar exclusivo para ellos. Quiero decir, agregó, que Europa aprovechó este reclamo para deshacerse de una gente que prefería tener fuera de sus fronteras, y, en alianza con Estados Unidos, que veía con preocupación la masiva llegada de judíos europeos, apoyó la creación del gran gueto que es la nación judía a expensas de los palestinos que carecían de soberanía propia. Los europeos presionaron a los ingleses para que les cedieran las tierras de su protectorado a los sionistas que, pese a las restricciones que se les habían impuesto, estaban ya en plena mudanza. Lo que importa decir, siguió ella, todavía en voz baja y percutiendo, es que muchos judíos-israelies continúan usando el daño que se les infligió a sus antepasados europeos para justificar ese emprendimiento nacionalista de vocación colonial.» (págs. 122-124)
2 comentarios:
Y el planeta sigue girando.
Con todo el dolor que lleva encima.
Y con todo el daño que somos capaces de hacernos unos a otros. Por no compartir las ideas (o las hormonas).
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