jueves, 3 de septiembre de 2020

Confesiones de una editora poco mentirosa, de Esther Tusquets

Esther Tusquets
(Barcelona, 1936-2012)

CONFESIONES DE UNA EDITORA POCO MENTIROSA

Ediciones B, 2012
Lumen, 2019
inicio

[una feliz relectura]

«Dije hace muchos años en un coloquio que, cuando una editorial era llevada por una mujer, se trataba casi siempre de un negocio familiar o se debía a que alguien la había montado para ella. Era el caso (aunque esto no lo especifiqué, porque soy poco mentirosa pero no digo todas las verdades) de las tres editoras que estábamos aquel día en la mesa. (Yo dirigí durante cuarenta años una editorial —y creó que con fortuna— porque mi padre la compró para mí. Es improbable que un consejo de accionistas me nombrara gerente de una empresa —y ni siquiera directora literaria— a los veintidós años, y más improbable todavía que me mantuviera en este cargo tanto tiempo.) Recuerdo, por ejemplo, que, con motivo del Día del Libro de 1996, se hizo en Barcelona una foto de editores para La Vanguardia: en ella aparecen casi cincuenta hombres y sólo dos mujeres.
    Formábamos, pues, una empresa de mujeres, y esto, sin que nos lo propusiéramos, sin que fuéramos siquiera conscientes de ello, se reflejaba en el modo de trabajar, en el trato con la gente de fuera y dentro, en el ambiente de la oficina. Sólo ahora, con la perspectiva de la distancia, advierto hasta qué punto era Lumen atípica (para muchos, sin duda, catastróficamente atípica; para nosotros, maravillosamente atípica). Una editorial en la que mi padre, que era supuestamente el hombre de negocios, no sólo no se lamentó una sola vez de que un título o una serie fuera ruinosa, sino que entró un día en mi despacho para preguntarme: "¿Hay alguna razón para que dejes de publicar Palabra de Siempre, aparte de que no se vende?" Palabra de Siempre (casi todos los nombres de nuestras colecciones empezaban con "Palabra": Palabra e imagen, Palabra en el Tiempo, Palabra Menor, Palabra de Siempre, Palabra Seis) era una preciosa colección de clásicos grecolatinos, dirigida por mí primo Javier Roca, notario y escritor, al que desde niño llamamos en el ámbito familiar "el Sabio". Respondí que no. Y papá: "Pues entonces prosíguela y la financio yo."» (págs. 214-215)

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