«[...] era un típico profesor de bachillerato elemental, teniendo en cuenta que se trataba de una época en la que lo de enseñar en el bachillerato elemental tenía todavía cierto prestigio [...] Otro de los vecinos era Knudsen, subdirector de otro instituto de enseñanza media. De modo que cuando mi padre levantó el mazo por encima de la cabeza y lo dejó caer contra la roca esa tarde primaveral a mediados de la década de 1970, lo hizo en un mundo que conocía y con el que se sentía familiarizado. Hasta que alcancé su misma edad, no comprendí que también había que pagar un precio por eso. Cuando la visión de conjunto del mundo se amplía, no sólo disminuye el dolor que causa, sino también el sentido. Entender el mundo equivale a colocarse a cierta distancia de él. Lo que es demasiado pequeño para verlo a simple vista, como las moléculas, lo ampliamos; lo que es demasiado grande, como el sistema de las nubes, los deltas de los ríos, las constelaciones, lo reducimos. Cuando lo tenemos al alcance de nuestros sentidos, lo fijamos. A lo fijado lo llamamos conocimiento. Durante toda nuestra infancia y juventud nos esforzamos por establecer la distancia correcta de cosas y fenómenos. Leemos, aprendemos, experimentamos, corregimos. Y un día llegamos a un mundo en el que se han fijado todas las distancias necesarias, y establecido todos los sistemas. Es entonces cuando el tiempo empieza a correr más deprisa. El tiempo ya no se encuentra con obstáculos, todo está fijado, el tiempo fluye a través de nuestras vidas, los días desaparecen a toda velocidad, antes de suspirar hemos llegado a los cuarenta años, a los cincuenta, a los sesenta... El sentido requiere plenitud, la plenitud requiere tiempo, el tiempo requiere resistencia. El conocimiento es igual a distancia, el conocimiento es estancamiento y enemigo del sentido. La imagen que tengo de mi padre de aquella tarde de 1976 es, en otras palabras, doble: por un lado lo veo como lo veía entonces, con los ojos del chaval de ocho años, imprescindible y aterrador, por otra parte lo veo como a alguien de mi misma edad, a través de cuya vida sopla el tiempo, llevándose consigo pedazos de sentido cada vez más grandes.» (pp. 17-18) |
Karl Ove Knausgård (Noruega, 1968) La muerte del padre (Min kamp, 2009) Traducción Kirsti Baggethun y Asunción Lorenzo Anagrama, 2012 504 págs. (me sobraron 480) |
jueves, 15 de mayo de 2014
La muerte del padre de Knausgård
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1 comentario:
"Cuenta la leyenda que en la plaza Urquinaona de Barcelona, hay un castañero que si te acercas a él y le susurras Valar Morghulis, convierte el carbón vegetal en fuego valyrio."
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