«Ocurre todo esto en
Kioto, y Kioto es la Ciudad Permanente del Comportamiento, el Tribunal de los Condenados a la Actitud Correcta, el Paraíso de la Conservación de la Postura Obligatoria, el Centro de Castigo de los Incumplimientos. El laberinto de la ciudad se compone de los diversos
dédalos del Comportamiento, de la Actitud y de la Postura, de la infinita complejidad de las normas referidas a la relación con las cosas. No existen ni un solo palacio ni un solo jardín, no existen ni las calles ni los espacios interiores, no existe el cielo sobre la ciudad, no existen ni la naturaleza ni el rojizo
momiji otoñal en las montañas circundantes ni el musgo en los patios de los monasterios, no existe la red de lo que queda de las tejedurías de seda de Nishijin, no existe el barrio de geishas escondido junto al santuario de Kitano Tenmangu, no existen ni el rigor arquitectónico puro de Katsura Rikyu ni el hechizo de las pinturas de la familia Kano en Nijo-jo, no existen ni el vago recuerdo del lugar de lo que fue el Rashomon ni el simpático cruce de Shijo y Kawaramachi en el centro de la ciudad en el agitado verano de 2005, no existe el hermoso arco de Shijobashi, del puente que señala hacia el elegante y siempre misterioso Gion,
como tampoco existen los dos maravillosos hoyuelos en la carita de una de las geishas danzantes de Kitano-odori, sino que únicamente existe el Gigantesco Montón de Normas referidas a ellos, el orden de la etiqueta que actúa por encima de todo, que se extiende a todo y que, sin embargo, jamás ni una sola persona ha entendido plenamente, la invariable y a la vez voluble Cárcel de las Complejidades entre cosa y ser humano, entre ser humano y ser humano y, además, entre cosa y cosa, porque sólo así, sólo a través de ella son autorizados a existir los palacios y jardines, las calles trazadas en una cuadrícula y el cielo y la naturaleza y el barrio de Nishijin y Fukuzuru-san y Katsura Rikyu y el lugar ya frío de Rashomon y los dos encantadores hoyuelos en la carita de la geisha de Kitano-odori cuando ella, nacida en el encanto, aparta un poquito, por un instante, su abanico para que todos le vean el rostro, pero realmente sólo por un instante, le vean esos dos hoyuelos de una belleza inmortal, esa sonrisa delicada, encantadora, fascinante que esboza ante el público compuesto por las viles miradas de una clientela de ricachones.» (págs. 12 y 13)
1 comentario:
Hay libros que no he sabido leer. Éste es uno de ellos.
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