viernes, 19 de noviembre de 2021

Llamada perdida, de Gabriela Wiener


Gabriela Wiener (Lima, 1975)
LLAMADA PERDIDA
Sexto Piso, 2015 - 180 págs. - Bibl. Sant Antoni

Lo fuerte estriba en su mirada, Nadal Suau
Prosa atrayente como pocas, Fondo Lector
Tiene oficio y artificio, Billar de letras
[valiente (incluyendo las miradas sobre Isabel Allende
y Corín Tellado)]

«Este fin de semana llegaremos a los cuarenta grados en Madrid. En medio del sopor leo Verano, las memorias ficcionadas de Coetzee, y me detengo en esta frase: "La presteza con que se retira uno del trabajo creativo para dedicarse a una actividad mecánica". "Es un tema a explorar", dice el escritor. Y pienso en las veces en que me ha sorprendido la facilidad con que uno convierte la escritura o el arte en un compromiso eludible y la tontería más rutinaria —colgar ropa en un cordel o mandar un mail burocrático— es un acto perfecto. Lo que más me intriga es ese instante en que ese desplazamiento del foco del deseo se vive sin dolor. En el alegre abandono y no en la obligada página en blanco surge el "tema a explorar", el recuerdo, la literatura. Como ahora, que recuerdo mi edición de 1999 de Cartas de cumpleaños, el poemario de Ted Hughes sobre Sylvia Plath que Jaime me regaló el día que cumplí veinticinco años. Hay una graciosa dedicatoria: "Para Gabriela, los poemas del esposo a la esposa. Ted y Sylvia... Nosotros respiramos". Me pasé años, quizá demasiados, obsesionada con ese matrimonio de escritores y (de una manera secreta, culpable, juvenil y estúpida) deseé casarme con un poeta brillante, guapo e infiel, y consumirme en los celos y en la destrucción para escribir poemas estremecedores. He cumplido algunos de mis sueños. Antes del libro de Hughes yo quería ser Plath, la mártir. Después de leer este detallado canto al dolor y a la poesía de una vida en común, sólo quise escribir, escribir y respirar, y si fuera estrictamente necesario, cometer un crimen. Cuando Sylvia y Ted se encontraron, señala Andreu Jaume en el magnífico prefacio a la nueva edición de las cartas, "sus mitos personales se sometieron a una tensión nueva y se interrogaron en otro espejo". Cuando dos escritores se casan, se casan también sus fantasmas. Y es para siempre.» (págs. 112-113)

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