domingo, 11 de marzo de 2007

Sunday morning

Esta mañana, temprano y con la ciudad vacía, he salido en bicicleta y he ido a desayunar a uno de mis sitios preferidos. Es un gustazo pedalear por las calles sin coches ni peatones, con el sol no muy alto, marcando el rumbo que más te apetece en cada momento. Igual que otros domingos, el camino me ha llevado al Parc de la Ciutadella donde, sentada delante de mi estanque favorito y en medio de una tranquilidad absoluta, he estado leyendo los artículos más apetecibles de los periódicos del día. (Desde luego, nada de política: no es bueno para la salud.)

Hoy esta lectura me ha proporcionado estos dos regalos que quiero compartir con vosotros:
  • En su Dietario Voluble de hoy, Enrique Vila-Matas habla de la película La vida de los otros y comienza diciendo "Nunca voy al cine pero…". Casualmente, el texto acaba definiendo la literatura como una forma de pensar nuestra relación con lo ilegal (y, a este paso, acabaremos teniendo una extraña colección de definiciones de la literatura).
  • En el suplemento dominical EP[S], Javier Cercas titula su artículo semanal Por qué escribir, y entre otras cosas dice:

“Escribo porque me encanta que me pregunten por qué escribo. Escribo porque me aburro y porque si no escribiera me aburriría muchísimo más. Escribo porque escribir no sirve absolutamente para nada y sin embargo mientras escribo tengo la absoluta seguridad de que sirve absolutamente para todo. Escribo porque absolutamente nada tiene ningún sentido y sin embargo mientras escribo absolutamente todo parece tener un sentido absoluto. Escribo para leer mejor y también para dejar de vez en cuando de leer, porque el mucho leer embota (esto último lo dijo Nietzsche, que escribía pensamientos paseados). Escribo para escribir algún día un libro paseado. Escribo porque a los ocho años leí Pimpinela escarlata y desde entonces no he hecho otra cosa que intentar plagiar esa novela. Escribo porque a los 15 años yo era un salido y un día otro salido que además era un cabrón me dijo que escribiendo se ligaba, y cuando descubrí que me había engañado ya era demasiado tarde para quitarme el vicio. Escribo porque a los 15 años yo tenía una profesora radiante: un día la interrumpí en clase al grito de que estaba buenísima y ella, que estaba explicando a Borges, me expulsó de clase y yo me impuse como penitencia la lectura de las obras completas de Borges, cosa que todavía no he terminado de hacer y que no creo que termine de hacer nunca, porque en realidad es imposible. De más está decir que escribo porque a partir de los 15 años no me ha pasado absolutamente nada que tenga algún interés. Escribo porque me pagan por escribir tonterías. Escribo porque todavía no he encontrado una forma más decente de ganarme la vida. Escribo (me explico) porque no sé hacer nada útil, ni siquiera atarme los cordones de los zapatos: si supiera curar a los enfermos, no escribiría; si supiera rematar en plancha un libre indirecto, créanme, no escribiría. Escribo porque sí y porque me da la gana, y a quien le parezca mal que me lo diga en la calle. Escribo para poder pensar (esto, creo, lo dijo Cabrera Infante). Escribo porque cuando escribo tengo la impresión acusadísima de que soy una persona inteligente y también de que todos los que me rodean son todavía más inteligentes que yo, sólo que ellos no se dan cuenta.”

Una buena manera de empezar el domingo.

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