«Yo había leido la novela [The Secret Agent, Joseph Conrad] hacía muchos años, pero ahora fueron las señales de Ida las que me llevaron a leerla con pasión, como quien sigue en un mapa nuevos recorridos de una ciudad que ya conoce. Subrayada por ella, parecía otra novela, y parecía también un mensaje personal. Ida marcaba con precisión y con método las zonas del libro que le parecían significativas. No había nada especial en eso, usaba señas privadas, pequeñas marcas, signos leves, por ejemplo una "v" acostada (>) o un signo de admiración (!), y en caso de interés especial escribía "ojo" con minúscula y varias rayitas verticales en el párrafo que no quería olvidar. LLaves que encerraban frases, flechas, líneas medio onduladas o rayas muy rectas (como si las hiciera con un tiralíneas), eran pistas, rastros, y fui siguiendo las marcas ¡como si estuviera leyendo con ella!
A veces me desorientaba y perdía el rumbo, me extraviaba en medio de la página, con recuerdos que me interrumpían y me distraían o con imágenes que viboreaban vívidas [...] una magdalena malvada que me distraía de los trazos a lápiz (nunca se subraya un libro con tinta) que había dejado ella para mí, mi Ariadna. La sintaxis es lo primero que se resiente cuando uno recuerda y yo leía a saltos —sin articulaciones gramaticales— el mensaje de Ida. Pero ¿era un mensaje? Había páginas en las que no había marcas. Todos hacemos lo mismo cuando estamos tomando notas en un libro, para luego —al releerlo— seguir las pistas: ¡y eso es lo que hice! Seguí las marcas de Ida como los carteles fosforescentes de una autopista (Last Exit to Holland Tunnel) hasta que de a poco me fui dando cuenta de que los subrayados señalaban algo.» (RICARDO PIGLIA, El camino de Ida, págs. 186-187)
martes, 30 de junio de 2015
Piglia en Yecla (el párrafo que no quería olvidar)
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