lunes, 2 de mayo de 2022

Mata a tus ídolos, de Luc/Lucy Sante


Luc Sante (Verviers, Bélgica, 1954)
MATA A TU ÍDOLOS
[Kill All Your Darlings, 2007]
Trad. Zulema Couso
Libros del K.O., 2016 - 400 págs. - inicio

“Nueva York está acabada”, Eduardo Lago
“Intenté ser hombre, sí, pero...”, Eduardo Lago
De Luc a Lucy, Sergio Vila-Sanjuán
Aguda crónica cultural, el argonauta
[solo me ha gustado la portada (y la frase del abuelo)]

«Y ahora todo estaba vacío. Los edificios eran viejos e inestables, y los especuladores los compraban sin lugar a dudas por el valor de sus solares. Algún día del futuro próximo los arrasarían y construirían madrigueras más exclusivas, al menos, superficialmente. Probablemente el barrio entero sería reconfigurado, al igual que barrieron Washington Market y la parte más alejada del Lower East Side hasta tal punto que calles enteras habían desaparecido. En una década, todos los que habíamos vivido allí en la última época de las casas de vecinos podríamos resultar tan distantes e insustanciales como las primeras personas que se mudaron allí cuando los edificios eran nuevos. Me dije que era inevitable. Recordé la advertencia de Baudelaire de que la ciudad cambia más rápido que el corazón humano. Pensé en mi abuelo diciendo que el progreso era un juego de suma cero en el que cada mejora arrastraba una pérdida equivalente y decidí que lo contrario también era cierto. Consideré que, al menos, nadie en el futuro tendría que enfrentarse a un potente viento que succionara todo un cristal suelto de la ventana, como me ocurrió una vez. Entonces, me imaginé las torres de apartamentos cayéndose en ruinas, centímetro a centímetro. Cargaba con un viejo resentimiento hacia los hijos del privilegio que se mudaban a apartamentos decorados elegantemente y estaban a punto de llamarse a sí mismos newyorkers, incluso lower east siders, y que pasarían décadas sin haber estado ni un solo invierno sentados delante de un horno abierto, vestidos con un abrigo y un sombrero, ni haber tenido que trasladar ollas ni muebles en metro en plena noche, ni soportado que traficantes de crack les lanzaran botellas, ni volver a casa caminando bajo la lluvia desde Brooklyn a falta de dinero para el billete. Pero quería evitar que la amnesia se extendiera por razones más allá de las personales.» (págs. 35-36)

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