«Los hay verdes, azules, vino, marrones, negros. Y antes de que yo pueda dar un salto hacia delante para intentar examinarlos de cerca, una esposa de acero se cierra con un ¡clic! en torno a mi tobillo derecho y quedo sujeta a la pata del mueble [...]
—[...] ¡Tú eres un genio, Pablo!... ¡El máximo prodigio del bajo mundo! [...] ¿Son todos tuyos? Pero ¿cuántos son? ¿Cuánto cuestan? ¿Cómo se consiguen? ¡Déjame ver las fotos y tus nombres! [...]
—¡No, no, no! Apuesto a que tú, prodigio del alto mundo, jamás hubieras creído que alguien del mío pudiera ser tan popular que ¡catorce naciones ya le hayan concedido la ciudadanía!
—¡Guaaau! Ahora sí sé para qué sirve la plata combinada con un coeficiente criminal privilegiado... Parece que media ONU se disputa el honor!... Pero no veo por ninguna parte el de Estados Unidos, que en tu profesión debería ser como... la prioridad número uno, ¿o no?
—Bueno, mi amor... ¡Roma no se hizo en un día! Y el siete por ciento de los países del mundo no está mal... para comenzar... a mi tierna edad. Por ahora no puedes ver sino las fotos. Mis nacionalidades y nombres los irás conociendo a medida que los vayamos utilizando. Ni yo mismo me los sé bien todavía.
—¿Te das cuenta? ¡Soy la única persona de total confianza que puede ayudarte con la pronunciación correcta en cinco idiomas ¿No soy un tesoro de novia? [...]
—En este estoy con la cabeza afeitada. Aquí, con anteojos y chivera como un intelectual marxista. En este otro, con peinado afro. Qué horror, ¿no? Aquí de árabe: me lo consiguió el principe saudita amigo mío. Para éste me teñí de rubio; y para este otro, de pelirrojo [...] Aquí sí tengo peluca. En este estoy sin bigote y aquí con barba tupida. ¿Qué tal este, calvo pero con melena y gafitas como el profesor Tornasol de Tintín? Genial, ¿no? En casi todos me veo horrible, ¡pero ni mi mamá me reconocería!»
—[...] ¡Tú eres un genio, Pablo!... ¡El máximo prodigio del bajo mundo! [...] ¿Son todos tuyos? Pero ¿cuántos son? ¿Cuánto cuestan? ¿Cómo se consiguen? ¡Déjame ver las fotos y tus nombres! [...]
—¡No, no, no! Apuesto a que tú, prodigio del alto mundo, jamás hubieras creído que alguien del mío pudiera ser tan popular que ¡catorce naciones ya le hayan concedido la ciudadanía!
—¡Guaaau! Ahora sí sé para qué sirve la plata combinada con un coeficiente criminal privilegiado... Parece que media ONU se disputa el honor!... Pero no veo por ninguna parte el de Estados Unidos, que en tu profesión debería ser como... la prioridad número uno, ¿o no?
—Bueno, mi amor... ¡Roma no se hizo en un día! Y el siete por ciento de los países del mundo no está mal... para comenzar... a mi tierna edad. Por ahora no puedes ver sino las fotos. Mis nacionalidades y nombres los irás conociendo a medida que los vayamos utilizando. Ni yo mismo me los sé bien todavía.
—¿Te das cuenta? ¡Soy la única persona de total confianza que puede ayudarte con la pronunciación correcta en cinco idiomas ¿No soy un tesoro de novia? [...]
—En este estoy con la cabeza afeitada. Aquí, con anteojos y chivera como un intelectual marxista. En este otro, con peinado afro. Qué horror, ¿no? Aquí de árabe: me lo consiguió el principe saudita amigo mío. Para éste me teñí de rubio; y para este otro, de pelirrojo [...] Aquí sí tengo peluca. En este estoy sin bigote y aquí con barba tupida. ¿Qué tal este, calvo pero con melena y gafitas como el profesor Tornasol de Tintín? Genial, ¿no? En casi todos me veo horrible, ¡pero ni mi mamá me reconocería!»
[De Amando a Pablo, Odiando a Escobar (pp. 87-89). Virginia Vallejo. Debate, 2008]
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