«Pablo Escobar pertenece a ese pequeño grupo de niños privilegiados que desde su más tierna infancia supo exactamente qué quería ser cuando grande. Y también lo que no quería ser: Pablito jamás soñó con ser piloto, ni bombero, ni médico, ni policía.
—Yo sólo quería ser rico, más rico que los Echavarría de Medellín y más rico que cualquiera de los ricos de Colombia, al precio que fuera y utilizando todos los recursos y cada una de las herramientas que la vida fuera poniendo a mi disposición. Me juré que, si a los treinta años no tenía un millón de dólares, me suicidaría. De un tiro en la sien —me confiesa un día mientras subimos al Lear Jet, estacionado en su hangar privado del aeropuerto de Medellín junto al resto de su flota—. Muy pronto voy a comprarme un Jumbo para acondicionarlo como oficina volante, con varios dormitorios, baños con duchas, salón, bar, cocina y comedor. Una especie de yate volador. Así, tu y yo podremos viajar por el mundo sin que nadie lo sepa ni pueda molestarnos.» (p. 81)
—Yo sólo quería ser rico, más rico que los Echavarría de Medellín y más rico que cualquiera de los ricos de Colombia, al precio que fuera y utilizando todos los recursos y cada una de las herramientas que la vida fuera poniendo a mi disposición. Me juré que, si a los treinta años no tenía un millón de dólares, me suicidaría. De un tiro en la sien —me confiesa un día mientras subimos al Lear Jet, estacionado en su hangar privado del aeropuerto de Medellín junto al resto de su flota—. Muy pronto voy a comprarme un Jumbo para acondicionarlo como oficina volante, con varios dormitorios, baños con duchas, salón, bar, cocina y comedor. Una especie de yate volador. Así, tu y yo podremos viajar por el mundo sin que nadie lo sepa ni pueda molestarnos.» (p. 81)
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