«...con su familia arrojada a pedradas del elegante barrio de Santa Ana y ahora refugiada en el hotel Tequendama propiedad de una policia compasiva que cumplía con el deber de proteger a la esposa e hijos de su victimario mientras el país entero protestaba enfurecido [...]
El jueves siguiente, cuatro días después del regreso y desesperado porque ya ningún país quiere recibir a los únicos seres que le importan en el mundo, Pablo habla con su hijo de dieciséis años durante veinte minutos, algo que en otras circunstancias jamás hubiera hecho. A pesar de que desde su fuga de la Catedral ha mantenido una obsesiva disciplina en materia de comunicaciones y ya rara vez utiliza sus teléfonos, comienza a realizar desesperadas llamadas para conseguir la forma de reubicar a su familia, a quienes los Pepes han jurado exterminar. En su eterna obsesión por la manipulación de los medios, Pablo le explica detalladamente a su hijo cómo contestar a las preguntas de Semana, la revista que a lo largo de los años lo ha honrado una y otra vez con su portada. Una eficiente oficial de policía que desde hace quince meses rastrea sus comunicaciones sin dar tregua, por el sistema de triangulación radiogonométrica, lo ubica, e inmediatamente pasa el dato al Bloque de Búsqueda. Minutos después los policías localizan la casa en un barrio de clase media de Medellín y alcanzan a divisar a Escobar a través de una ventana mientras continúa hablando por teléfono. Él y sus guardaespaldas también los ven y se inicia una balacera descontrolada que, como la de Bonnie y Clyde, se prolonga durante una hora. Pistola en mano, Escobar sale corriendo descalzo y a medio vestir, intentando saltar por el tejado hacia una casa vecina, pero todo es inútil: segundos después se desploma sobre el tejado con dos tiros en la cabeza y varios en el cuerpo; y ahora el hombre más buscado del mundo, el enemigo público número uno de la nación en toda su historia, el que durante diez años sometió el Estado de derecho a todos los delirios de su megalomanía, es sólo un monstruo de ciento quince kilos que se desangra frente a dos docenas de enemigos que celebran el triunfo con los rifles en alto, delirantes de orgullo y enloquecidos por un júbilo nunca antes visto.»
El jueves siguiente, cuatro días después del regreso y desesperado porque ya ningún país quiere recibir a los únicos seres que le importan en el mundo, Pablo habla con su hijo de dieciséis años durante veinte minutos, algo que en otras circunstancias jamás hubiera hecho. A pesar de que desde su fuga de la Catedral ha mantenido una obsesiva disciplina en materia de comunicaciones y ya rara vez utiliza sus teléfonos, comienza a realizar desesperadas llamadas para conseguir la forma de reubicar a su familia, a quienes los Pepes han jurado exterminar. En su eterna obsesión por la manipulación de los medios, Pablo le explica detalladamente a su hijo cómo contestar a las preguntas de Semana, la revista que a lo largo de los años lo ha honrado una y otra vez con su portada. Una eficiente oficial de policía que desde hace quince meses rastrea sus comunicaciones sin dar tregua, por el sistema de triangulación radiogonométrica, lo ubica, e inmediatamente pasa el dato al Bloque de Búsqueda. Minutos después los policías localizan la casa en un barrio de clase media de Medellín y alcanzan a divisar a Escobar a través de una ventana mientras continúa hablando por teléfono. Él y sus guardaespaldas también los ven y se inicia una balacera descontrolada que, como la de Bonnie y Clyde, se prolonga durante una hora. Pistola en mano, Escobar sale corriendo descalzo y a medio vestir, intentando saltar por el tejado hacia una casa vecina, pero todo es inútil: segundos después se desploma sobre el tejado con dos tiros en la cabeza y varios en el cuerpo; y ahora el hombre más buscado del mundo, el enemigo público número uno de la nación en toda su historia, el que durante diez años sometió el Estado de derecho a todos los delirios de su megalomanía, es sólo un monstruo de ciento quince kilos que se desangra frente a dos docenas de enemigos que celebran el triunfo con los rifles en alto, delirantes de orgullo y enloquecidos por un júbilo nunca antes visto.»
[De Amando a Pablo, Odiando a Escobar (pp. 387). Virginia Vallejo. Debate, 2008]
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